La obesidad es una enfermedad crónica, multifactorial y recurrente. Durante años se redujo a una ecuación simplista (“comer más de lo que se gasta”), pero hoy sabemos que es un proceso mucho más complejo, en el que intervienen alteraciones metabólicas, hormonales, inflamatorias, genéticas, ambientales y psicológicas. Comprender esta complejidad no solo mejora el tratamiento, sino que reduce la culpa y el estigma que muchas personas arrastran durante años.
1. La obesidad como enfermedad crónica
Organismos internacionales consideran la obesidad una enfermedad crónica con tendencia a la recurrencia, comparable a patologías como la hipertensión o la diabetes tipo 2. Esto implica que:
- No es un fallo moral ni falta de fuerza de voluntad.
- Requiere un abordaje continuado, no solo “dietas temporales”.
- Tiende a recaer si no se mantiene seguimiento, apoyo y cambios de hábitos a largo plazo.
2. Alteraciones metabólicas implicadas
2.1. Metabolismo basal y termogénesis adaptativa
Cuando una persona pierde peso, su gasto energético total disminuye. Parte de esta reducción se explica por tener menos masa corporal, pero otra parte se debe a la llamada termogénesis adaptativa: el cuerpo se vuelve más eficiente y consume menos energía de la esperada.
Esta adaptación:
- Puede mantenerse durante meses o años.
- Es más intensa en algunas personas (variabilidad genética).
- Hace más fácil recuperar el peso perdido si se vuelve a comer “como antes”.
2.2. Regulación hormonal del apetito
En la obesidad encontramos alteraciones en hormonas que regulan el hambre y la saciedad:
- Leptina: en teoría reduce el apetito, pero en la obesidad existe leptinoresistencia. Hay mucha leptina circulando, pero el cerebro no la percibe correctamente.
- Grelina: se eleva cuando el cuerpo siente que “falta energía”. Tras una pérdida de peso importante, los niveles de grelina suelen aumentar, incrementando la sensación de hambre.
El resultado es que, tras una dieta restrictiva, el cuerpo “empuja” a recuperar peso: aumenta el hambre, disminuye la saciedad y se reduce el gasto energético. No es solo falta de disciplina, es biología intentando volver al peso previo.
2.3. Inflamación de bajo grado y resistencia a la insulina
El exceso de tejido adiposo, especialmente el adiposo visceral, se asocia a un estado de inflamación crónica de bajo grado. Los adipocitos y las células inmunes del tejido adiposo producen citocinas proinflamatorias que:
- Favorecen la resistencia a la insulina.
- Alteran la función endotelial y aumentan el riesgo cardiovascular.
- Contribuyen a enfermedades como el hígado graso y el síndrome metabólico.
3. Genética y factores ambientales
La obesidad tiene un componente genético importante: se estima que entre el 40–70 % de la variabilidad en el IMC puede explicarse por factores genéticos. Sin embargo, la genética no actúa en el vacío:
- El entorno alimentario actual (alta disponibilidad de ultraprocesados, raciones grandes, vida sedentaria) potencia esa predisposición.
- Factores epigenéticos y experiencias tempranas (gestación, infancia) modulan la forma en que esos genes se expresan.
Esto explica por qué algunas personas ganan peso con mucha facilidad y otras no, comiendo de forma similar.
4. Dimensión psicológica y neuroconductual
4.1. Comida y regulación emocional
Muchas personas utilizan la comida como una forma de gestionar emociones: ansiedad, estrés, aburrimiento, tristeza o incluso alegría. A nivel cerebral, los alimentos muy palatables (ricos en azúcar, grasa y sal) activan circuitos de recompensa que alivian el malestar de forma rápida, reforzando el patrón de conducta.
Con el tiempo, este patrón puede consolidarse en forma de:
- Comer emocional.
- Episodios de atracones.
- Dificultad para identificar señales internas de hambre y saciedad.
4.2. Estigma, culpa y salud mental
Las personas con obesidad suelen sufrir estigma y discriminación en distintos contextos: familiar, social, laboral e incluso sanitario. Esto se asocia a:
- Mayor riesgo de ansiedad y depresión.
- Peor calidad de vida.
- Evitar la actividad física o las revisiones médicas por vergüenza.
El estigma también empeora la relación con la comida: la culpa y la sensación de fracaso pueden desencadenar aún más episodios de ingesta descontrolada, reforzando el círculo vicioso.
4.3. Ciclo de dietas y efecto rebote
Los ciclos repetidos de dietas muy restrictivas seguidas de reganancia de peso (el clásico “efecto yo-yo”) tienen consecuencias tanto metabólicas como psicológicas:
- Aumentan la termogénesis adaptativa y la facilidad para recuperar el peso.
- Refuerzan la idea de “no soy capaz”, afectando la autoeficacia.
- Pueden favorecer conductas de atracón o una relación muy rígida con la comida.
5. Enfoque de tratamiento: integral y a largo plazo
El manejo clínico de la obesidad debería alejarse de la visión centrada solo en el peso y acercarse a un enfoque integral, que tenga en cuenta salud metabólica, funcional y psicológica.
5.1. Nutrición personalizada y realista
- Evitar dietas extremas y poco sostenibles.
- Priorizar alimentos poco procesados, ricos en fibra y con buena capacidad de saciedad.
- Ajustar el déficit calórico a algo asumible y compatible con la vida real.
- Flexibilidad: incluir espacios para comidas sociales sin culpa, aprendiendo a compensar.
5.2. Ejercicio físico y masa muscular
El entrenamiento de fuerza es una herramienta clave: ayuda a preservar o aumentar la masa muscular durante la pérdida de peso, lo que protege el metabolismo y mejora la funcionalidad. Combinado con actividad aeróbica adaptada, mejora la sensibilidad a la insulina, la presión arterial y el perfil lipídico.
5.3. Trabajo psicológico
La intervención psicológica (por ejemplo, terapia cognitivo-conductual o enfoques basados en la aceptación y el compromiso) puede ayudar a:
- Gestionar el comer emocional y los atracones.
- Reducir el impacto del estigma y la culpa.
- Construir una relación más flexible y respetuosa con la comida y el cuerpo.
5.4. Tratamiento farmacológico (cuando está indicado)
En algunos casos, especialmente cuando existe obesidad con comorbilidades o cuando las intervenciones de estilo de vida no son suficientes, los fármacos para el tratamiento de la obesidad pueden ser una herramienta útil. Su uso siempre debe ser valorado y supervisado por el equipo médico, dentro de un plan global que incluya nutrición, ejercicio y apoyo psicológico.
6. Mensaje final
La obesidad no es un fracaso personal, sino una enfermedad compleja que requiere un abordaje a la altura de esa complejidad. Cuando se combina:
- educación nutricional,
- mejora de hábitos y movimiento,
- apoyo psicológico,
- y, si es necesario, herramientas médicas,
los resultados no solo son mejores: son más sostenibles y se traducen en salud, funcionalidad y calidad de vida.